Hoy ha sido mi primer día
de clase de este tercer año de universidad. Ya podéis imaginar cómo me he
sentido al despertar esta mañana, pues lo primero que se me ha venido a la
cabeza ha sido algo como “adiós tiempo libre, adiós dormir hasta tarde, adiós a
mis cosas y… hola rutina, hola madrugones, hola estrés”. El caso es que ya
llevaba tiempo intentando asimilar que este día llegaría y, en realidad, no
debería quejarme porque he tenido unas vacaciones de verano que han durado
cuatro meses, es decir, el doble que para muchas otras personas; pero una se
acostumbra a lo bueno y después cuesta volver a centrarse, de hecho, en estos
momentos siento como si hubiese formateado mi cabeza y todos los conocimientos
que había adquirido el curso pasado se hubieran esfumado. Sólo espero que no me
cueste demasiado adaptarme de nuevo al ritmo universitario.
Supongo que mi desgana para
empezar se debe también a otros factores que, a simple vista, pueden parecer
tonterías tan grandes como una casa, pero no puedo evitar darles tanta
importancia. Llevo dos años en la universidad, y estos dos años nos han tenido “metidos”
en un aulario que construyeron nuevo no hace mucho; es el edificio más lejano a
la entrada de la universidad, sí, pero tiene cafetería en la planta de abajo y,
lo más importante, las aulas son mucho mejores y más cómodas. ¿Por qué? Es tan
simple como tener unas mesas y unas sillas que pueden moverse de sitio. En el
aulario que estoy actualmente, las mesas son fijas al suelo, y las sillas son
fijas a las mesas, son de esas sillas de madera que tienes que bajar el asiento
hacia abajo para sentarte, algo así como las butacas de algunos cines, pero sin
tanta comodidad, claro está. Las mesas son extremadamente pequeñas, y no hay
hueco alguno entre las filas de las mesas, por lo que si alguien sentado en
mitad de una fila quiere o necesita salir, todos los que estén a su lado
deberán levantarse para dejarle paso… Un caos, como veis.
¿Lo bueno de estas aulas?
Lo único bueno que me ha dado tiempo a descubrir en el poquito rato que he
estado hoy, ha sido que… ¡podemos abrir nosotros las ventanas! Y pensaréis,
¡pues como en cualquier sitio! No amigos, no. En el aulario anterior tenía que
venir un encargado con una llave para poder abrirnos las ventanas, ya que estas
carecían de pomo, cosa que nunca he entendido. A pesar de esto, cambiaría el no
tener que avisar de que morimos de calor por volver a mi antiguo aulario, más
nuevo, más espacioso y más todo. Supongo que será acostumbrarse, como todo.
En fin, sólo queda ver cómo
se desarrolla lo que queda de semana, ver cómo son los profesores, y todas esas
cosillas que se hacen los primeros días de clase. Os iré contando, ¡un saludo!
✦ Rincón Celeste.
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